Chinos

Si yo les hablo de zarigüeyas se enternecen y si les hablo de chuchas se horrorizan, incluso sabiendo que hablo del mismo tipo de animal. Es que las palabras hacen mucho daño, tampoco más que las cosas, sobre todo cuando de balas se trata, pero sí el suficiente como para que enternezcan u horroricen a la gente, ambas cosas igual de dañinas o inofensivas dependiendo de las circunstancias, no creamos tampoco que la ternura siempre es buena o el horror siempre malo, no exageremos. ¿Que por qué les hablo de esto? Pues primero porque me da la gana y segundo porque la semana pasada leí dos cosas relacionadas con los chinos que no tenían relación entre sí. O bueno, depronto sí, uno nunca sabe, pero no que yo sepa. La primera fue una cosa que escribió Ana María en su blog por causa de un(a) incitador(a) o un enamorado(a), que desde ciertos puntos de vista son la misma cosa, que ella se levantó. La segunda fue la que me hizo pensar en las zarigüeyas, o las chuchas, diga usted lector en su mente la palabra que más le convenga, y en adelante cuando vea el signo ל hágase la imagen y no me eche la culpa de sus males, que voy a hablar de algo objetivo; se trata de una mediocre nota publicada en la página web de uno de los diarios regionales que reporta una visita de la autoridad sanitaria a un restaurante de comida china en el que encontraron ל’s (sin vida), carne de pollo y pescado en estado de descomposición, además de heces de roedores diseminadas por el piso de la cocina. Para quienes me leen en el exterior y no conocen la cultura colombiana: acá no tenemos la cultura de comer carne de ל, en cualquier estado, ni carne de pollo y pescado en estado de descomposición.

En el video que acompaña a la nota uno de los inspectores sanitarios saca algo de una nevera (que los espectadores del video no podemos ver) y le pregunta a la propietaria del restaurante que si ella es capaz de comerse eso, y ella responde que eso no se consigue en Colombia (?). Por esas pistas, uno infiere que no se trata de un ejemplar de ל, porque eso sí se consigue en Colombia y además un ejemplar de ל es muy grande, lo cual hubiera obligado al inspector sanitario a hacer otro tipo de movimientos, distintos a los que de hecho hace. Adicionalmente, en las fotos que acompañan a la nota se advierte que los ejemplares de ל están almacenados en otro recipiente, lo cual hace bastante improbable que lo que él le muestra a esa señora y que parece apreciar con desprecio y que le pregunta a ella que si es capaz de comérselo es algo distinto, que huele feo, que él no se comería, que no se consigue en Colombia, que la señora acepta que se cocina para el público y que no es un ejemplar de ל. ¿Qué será? Ella dice pero no le entiendo.

De cualquier manera hay que continuar. Apenas leí esa nota caí en cuenta de que yo mismo había comido recientemente en ese restaurante dos veces en el último mes y que en ninguna de esas ocasiones sentí un mal sabor o algo sospechoso que me hiciera advertir, como sí lo hicieron otros ciudadanos, las pésimas condiciones sanitarias del restaurante en cuestión. A mi papá le gustaba mucho por ejemplo una receta de pollo apanado en salsa de Chop Suey que venden allá y cada vez que íbamos a pedir chinos ese restaurante estaba en el listado de opciones. Es que el arroz chino de ese restaurante es rico, siendo sincero, y prueba de la objetividad de eso es que sin ser un sitio particularmente barato (el mercado de arroz chino en Pereira mantiene los precios de la mayoría de restaurantes en un rango sin mucha variación) tuvieron la posibilidad de abrir una filial suya en otro sector de la ciudad, que no sé si fue visitado pero sí que no fue clausurado por la autoridad sanitaria (un tío mío pidió un domicilio allá al día siguiente de la clausura del restaurante). Tanto tiempo engañados por los chinos, o autoengañados, víctimas de las ambiciones colonialistas de la naciente potencia mundial, que inyecta capital humano y cultural por millones de toneladas y millones de terabytes por minuto a cualquier parte del mundo.

El caso fue tan popular en este pueblo que a la primera reunión familiar se improvisó un debate sobre el contenido de la nota. Anécdotas personales, lugares comunes, argumentos técnicos y hasta estoicismos, escepticismos e idealismos se colaron para lograr, como casi nunca se logra en un debate familiar, un consenso que va más o menos por las siguientes líneas: a nadie le deberían caber dudas con respecto a si en la inspección sanitaria se encontraron ל’s o no. Es un hecho que sí se encontraron y que la comida que se prepara al público se encontraba al menos cerca de estos ejemplares de ל. Lo grave para un ciudadano de a pie no debería ser que se hayan encontrado animales que normalmente en nuestra cultura no se consumen, sino que sus condiciones de almacenamiento fueran similarmente deplorables a las de la carne de animales que en nuestra cultura sí se consumen. Todos acordamos que si se abriera de nuevo el establecimiento sería bajo una estricta supervisión de la autoridad sanitaria (¡tanto que nos mentimos!) y que por lo tanto volveríamos a comer ahí sin ningún problema. Ojalá lo abran rápido, porque extraño su sazón.

Para terminar, quisiera sembrar en el lector el escepticismo. Porque si bien es cierto que los chinos están en todos los países y creemos conocer de su cultura, poco más que un difuminado fantasma de Bruce Lee, algo de su comida y muchos de sus juguetes de mala calidad son directamente conocidos por nosotros. Cuando hablé del domicilio de comida china, dije «pedir chinos». ¿Qué significa esto literal y estrictamente? ¿Que uno de hecho pide un chino, o varios chinos, es decir, seres  humanos chinos? Supongamos que no, que esto es un desliz del lenguaje, que es una ambigüedad involuntaria de los hablantes que me llegó a mí, que le llegó a mi familia, por una pereza (o economía) lingüística que nos hace acortar el más correcto «pidamos un domicilio de comida típica de la cultura china» por el ya mencionado «pidamos chinos». De todas maneras, suponiendo que esta ambigüedad es circunstancial, sí cabría preguntarse por pura curiosidad si esto niega la tesis según la cual los chinos ponen chinos (es decir, pedazos de seres humanos chinos) en su comida. Tesis muy extendida, por cierto, en el sentido común del ciudadano de a pie que basa sus juicios en conocimientos parciales (de hecho, creo que es un hecho que todos los ciudadanos, los de a pie y los que se la pasan en la biblioteca o el laboratorio, sostenemos conocimientos parciales) que lo habilitan para especular sobre diversas cosas, por desatinadas que resulten. La única razón que fundamenta esta sospecha (vale tanto para el ciudadano de a pie como para el epistemólogo) y da por verdadera esta tesis para muchos de mis conciudadanos es esta: nunca hemos visto el entierro de un chino, por lo tanto lo que hacen con sus cuerpos es ponerlos en la comida. A ver cuántos siglos nos vamos a demorar en desterrar o confirmar definitivamente este disparate en el imaginario colectivo.

La gran muralla china, que solo algunos gringos saben por qué la hicieron.

Lo que buscamos quienes nos interesamos por las vidas presentes de personas que fueron parte de nuestra vida es recuperar algo de lo que fuimos cuando las teníamos cerca, intentando buscar una solidez que sabemos de antemano que no hay pero que tenemos la voluntad de inventar en esa búsqueda, como si fuéramos algo más que ese humo. Lo hacemos por inseguridad y por miedo, y porque tenemos un vacío que creemos que estaba lleno en el pasado y que hoy apenas vemos, porque somos más maduros y conscientes, o eso creemos. Y al fin de esos cabos que atamos con lo que podemos encontrar, con testimonios y fotos en la red, con la búsqueda hipócrita de empatía en canciones que ya nos repugnan y antes nos maravillaban, al fin de toda esa búsqueda hacia atrás, que queremos empatar de algún modo con las búsquedas más urgentes pero igual de fingidas que van hacia el futuro más incierto todavía, al final de todo lo que nos proponemos saber hoy porque tiene el mismo origen de lo que sabíamos con tanta certeza ayer, vemos el desperdicio que todo eso es. Como si conocer y recontraconocer el pasado hiciera imposible que se repitiera, como si la inconsciencia y la ingenuidad las perdiéramos y a medida que avanzáramos supiéramos la exacta medida de sagacidad necesaria para vivir con el justo medio de virtudes y necedades, creando los escudos necesarios para protegernos del daño que pueden hacernos sin que con ellos mismos dañemos a quienes están hoy más cerca y no queremos alejar como a esos por quienes nos interesamos, o que ellos no nos alejen. La seguridad ante todo, eso pensamos. Tanto que nos mentimos. Pobres Pinochos.

Cuando por primera vez en (literalmente) seis intentos seguidos de entrar al cuartel militar pude entrar, logré advertir que la saña mía de anteriores ocasiones era eso solamente, saña, y que la atención que prestan los milicos en realidad no es tan mala y que lo único que falta es estar dispuesto a recoger de la gente (no de los funcionarios) información que parece que no está disponible para el público, pero que en realidad es de conocimiento de muchos de los que ya están (estamos) curtidos, para usarla en el propio beneficio. Bueno, eso y un poco de tiempo disponible (unas cuatro horas) para lograr ser atendido, informado y despachado, según la solicitud que uno haga. Claro que también hace falta algo de voluntad para levantarse muy temprano y paciencia para tratar con funcionarios básicamente ineptos, distraídos, ineficientes, pero con lo que parece ser una buena muy voluntad muy mal administrada. Claro que miento, porque además de eso también hace falta un poco de malicia para no dejarse abordar por los estafadores y algo de experiencia con burócratas para advertir que hay que aprovechar los cinco minutos que tiene uno con el funcionario para extraerle toda la información relevante posible, luego de haber, claro, tenido la suerte de saber cuál es toda la información relevante posible para que el trámite pueda ser hecho en el menor número de viajes posibles.

Solo hace falta eso. Luego todo es claro. Lo primero que uno ve claramente es que la información relevante accesible al público es limitada y que buena parte de lo que hace falta saber para hacer el trámite está ubicado al interior de las instalaciones mismas, donde uno puede entrar con suerte la segunda o tercera vez que va. Lo charro de esto es que uno accede a la información cuando ya no necesita saberla, porque para poder entrar ha debido saberla y por definición (como uno ya está adentro) ya la sabe y uno no puede saber una cosa por primera vez más de una vez. Lo segundo es que en realidad los milicos no tienen mala voluntad para asesorar a quienes lo necesitan, sino que hacen las cosas mal con esa buena voluntad. Lo tercero es que a ellos les gusta mucho hablar por teléfono, sermonear innecesariamente a la gente después de que ya les prestaron la asesoría estrictamente necesaria, comer a deshoras, charlar entre ellos, recibir visitas de notables que traen protegidos bajo sus faldas, mirar para la pared, bostezar, quizá revisar el Facebook y otras dos o tres cosas que se me escapan en este momento. El lector benevolente entenderá que estaba leyendo un periódico mientras esperaba por mi turno y, por lo tanto, un poco distraído, peligrosamente. Ah, sí, el turno, es importante hablar del turno, el mismo que se asigna según un sistema de rollo de papel numerado precortado en orden de llegada y que se hace cumplir con el conteo mental de los funcionarios que, si quisieran, podrían reemplazar ese conteo por otro más fiable y accesible a la turba que espera: el de una máquina diseñada para tal efecto que ellos poseen al interior de sus instalaciones. Pero no, como que se les acabaron las pilas o les gusta contar mentalmente en voz alta, la verdad no pregunté cuál de los dos casos me tocó.

Luego lo de rutina: exigir papeles que ya reposan en sus archivos porque uno ya los entregó y ellos dicen que les cuesta muchísimo buscar, salir a pedir nuevos papeles para un trámite nuevo porque el trámite normal no se puede hacer «porque no contamos con papelería para el procesamiento de esa documentación porque es que estamos cambiando a un nuevo sistema», esperar a que se expidan los nuevos documentos para volver a despertarse muy temprano y correr con la suerte de que el día en que uno pueda ir ellos se despierten con ganas de atender (recuerdo un cartel que había la semana pasada que decía «No habrá atención al ciudadano hasta nueva orden» pero según vi sí había ciudadanos adentro) y etcétera y etcétera y etcétera.

El lector interesado en el trámite que lea esto deberá saber que: 1) No debe desplazarse hasta el cuartel militar a ser maltratado por un soldadito porque puede llamar a una línea de atención nacional no gratuita que es fácil de encontrar en la red; 2) No debe tomar mucha agua o café o jugo antes de entrar al cuartel porque no hay un orinal (ni mucho menos una letrina) disponible para el ciudadano; 3) No debe confiar mucho en la máquina dispensadora de alimentos que está en mantenimiento permanente; 4) Debe llevar un par de binoculares o una cámara con zoom para leer, si la necesita, la información de la cartelera que está a cuatro metros de la entrada; 5) Es mejor no ser un hijo de vecino que ser un hijo de vecino, es decir, es mejor ser hijo de alguien que sepa llamar a un amigo que tenga un amigo que lo lleve a uno allá bajo su falda para que lo atiendan más rápido.

Creo que fue Einstein el que dijo que a los militares les gustaba mucho jugar a los dados.

Mi amigo me dice que lo mejor que puedo hacer es  renunciar a la ciudadanía colombiana, irme a otro país, conseguir una nueva identidad y aceptar que estoy en el balde de los desafortunados que tiene siempre problemas inexplicables y absurdos con todo con lo que no se debe tener problemas en la vida de un ciudadano de a pie de esta patria. Al principio me sonaba exagerado, pero cada vez me suena más esa opción, y más ahora que volvemos a estar en unas presidenciales, eligiendo la cabeza de la línea de mando. Pero no, mentiras, yo sé que esto me lo merezco y que tengo que seguir yendo a perder el partido, sabiendo de antemano que lo tengo perdido, pero haciendo todo lo que diga el profe.

Simpática la aspirante a arquitecta que se subió hoy a la buseta con el aspirante a arquitecto, que se dejaba coquetear pero no se despidió de pico. Harán una buena pareja, yo sé, sigan mi consejo, si me están leyendo. Eso sí, pelao, saque la libreta militar, y felicitaciones si ya la tiene. Depronto él no sabe, pero ya va a saber que la frustración ante el autosaboteo o el saboteo que la historia patria podrida urde contra uno hay que saborearla como a un mango. Es merecida, parcero. El merecimiento no se mide por lo que uno sabe o no, sino por una ola de conexiones estables, concretas, de eventos desencadenados por otro que tampoco controlaba mucho que digamos, y cuando uno tiene la voluntad puesta en ese control el resultado de la situación no es, tampoco, completamente atribuible solo a uno, por más que se le haya ido la vida en eso. Bueno o malo para uno, esa ola ya viene andando, y seguirá andando con o sin consentimiento de los tripulantes. El merecimiento ya está decidido sea que uno sepa o no de la existencia del mecanismo. Así que ese autosaboteo, que a estas alturas es idéntico a la podrida historia patria que vela las reglas que tenemos que cumplir y no sabemos o sabemos de casualidad y solo a medias, está en marcha hace rato y esa pelada está esperando a que reaccione, parcero, y usted no sabe o no quiere saber porque así es preferible y los gestos ya están hechos y el futuro está sellado. Les habrían salido bonitos los niños, cejones, zarcos, esbeltos, risueños, hábiles y hasta buenas personas, pero además de todo el fatalismo ustedes no me están leyendo.

A la entrada de la biblioteca le pedían identificación a un hippie, que sin querer se identificó con el siguiente poema: «Es que yo soy un espíritu tan libre, tan indefinido, tan sin identidad». Quedándose callado le habría salido mejor el argumento de su falta de identidad. Debí reírme.

 

Indocumentado

Alguien me tuvo que haber calumniado, o maldecido, que viene a ser lo mismo en este caso, pues he sido condenado sin razón al estatus de indocumentado por la milicia. Mi romance con la milicia comenzó hace mucho, cuando nací, cuando respirar o llorar o alimentarme o cagar en este suelo valió como firma de un contrato que me obliga a tomar las armas por la patria o, de no hacerlo, pagar lo que los milicos consideren justo como compensación para ellos por no decidirme a tomar las armas. Sin el documento que formaliza el cumplimiento de la obligación no soy nadie, o sí pero no. Sin el documento que formaliza el cumplimiento de la obligación no puedo obtener otro documento que formaliza el cumplimiento de unas ciertas obligaciones académicas sin el cual, a su vez, no soy apto para trabajar de manera más o menos seria (aplausos del respetable) y sin eso no hay billete y uno sin billete no es nadie, o sí pero no. (Q.E.D.)

Pero yo soy un ciudadano de bien, siempre me muevo en al interior de los límites de la constitución y las leyes, entonces voy y les llevo una carta en la que, amparado en un derecho constitucional y todo el formalismo que sigue, les pregunto si tienen mis documentos en sus archivos, por qué no me atienden y si me pueden atender algún día y que me reciban el original y me devuelvan una copia firmada y el soldadito me devuelve la copia con un paradójico, porque críptico y elocuente «Resivido SIB Zapata Galvis Brayan» escrito a mano con fecha y hora. Que sello no porque ya no hay sellos. ¿De dónde sacaron eso? De la misma ley que dice que todos los trámites tienen que ser sencillos y no deben incluir complejidades innecesarias. Todos tienen su romance con la milicia heroica y puta, y el mío es uno entre cientos de miles. Yo, como ellos, solo quiero que me atiendan para tener el documento para… ser alguien.

(Circula por estos días un material audiovisual en el que, con la esperanza de que los agentes del orden no le hagan nada, un periodista procaz grita «¡Prensa! ¡Prensa! ¡Prensa!», pero sí le hacen. Se dan un banquete con él. Yo sospecho que algo así le pasaría al que diga lo mismo en el portal de la milicia, cuyos dirigentes siguen burlándose de quienes se pueden burlar, sus superiores y los ciudadanos y la prensa entre ellos. Uno huele la podredumbre entre todo eso, pero muy difícil ir por los documentos y los testimonios que la acreditan: está acuartelada, la podredumbre. Los costos del heroísmo.)