Científicos a-filosóficos

De vez en cuando conviene volver a esta cita de Engels, que en la Dialéctica de la naturaleza se fue en contra de la ciencia natural de su época:
Los científicos naturales creen que se libran de la filosofía al ignorarla o denigrarla. No pueden, sin embargo, realizar ningún avance sin pensamientos y para el pensamiento necesitan estándares de pensamiento. Toman estas categorías irreflexivamente del sentido común de las así llamadas personas cultas, el cual está dominado por los vestigios de las filosofías hace tiempo obsoletas o por la pequeña porción de filosofía que los obligaron a aprender en la universidad […] o por la lectura acrítica y asistemática de escritos filosóficos de todos los tipos. Por lo tanto, no solo son unos esclavos de la filosofía, sino que desafortunadamente lo son de la peor de ellas y aquellos que denigran más de la filosofía son esclavos de precisamente los peores vestigios popularizados de las peores filosofías.
(Traducido de: Marx, Karl y Engels, Frederick. Collected Works, Vol. 25, Frederick Engels: Anti-Dühring, Dialectics of Nature. Moscow, Progress Publishers, 1987, p. 490)
Tengo además la impresión de que esta crítica se puede extender a lo que en la cita se denomina el «sentido común de las así llamadas personas cultas» que, cada tanto, en lo que consideran una chispa de ingenio, critica lo que cree que es «la» filosofía sin conocerla. Termina influyendo, siempre para mal, en lo que podría llamarse el «sentido común de las así llamadas personas incultas» que portan con orgullo la insignia de cierto analfabetismo que se considera crítico por simplemente denigrar de lo que desconoce.

Realismo científico

La semana pasada nos visitó Alberto Cordero para hablar de realismo científico. El balance que podemos hacer desde este foro es que el realismo científico está bien vivo, aunque no haya salido sin rasguños de las críticas de las últimas décadas del siglo XX por parte de Kuhn y los historiadores de la ciencia. El realismo científico dice que las teorías científicas exitosas nos dicen la verdad, así sea aproximadamente, y que el mundo es como las ciencias naturales maduras nos dicen que es. Pero el hecho de que teorías exitosas del pasado —la teoría del flogisto, la teoría de la gravitación universal de Newton y la teoría del éter luminífero, por nombrar los ejemplos que medio conozco— hayan resultado incorrectas en algún sentido parece dar elementos para argumentar en contra de esta tesis intuitiva e ingenua acerca de las ciencias naturales maduras. Kuhn, algunos sociólogos del conocimiento y filósofos instrumentalistas como Van Fraasen y pragmatistas como Laudan cosechan estos casos para presentar una postura anti-realista acerca de la ciencia.

No hay que ser un nostálgico de la Sublime Verdad Atemporal Única Revelada para apreciar los argumentos del realismo. Por supuesto que hay que explicar que nuestra percepción no captura todas las propiedades de la realidad, por supuesto que hay que dar cuenta del cambio de significado de los términos teóricos dado un cambio de contexto, por supuesto que hay que dirimir las disputas metateóricas sobre la ciencia de acuerdo a la evidencia que nos proporciona la historia de la ciencia y por supuesto que la ciencia es una construcción social en la que están involucrados aspectos que van desde lo económico hasta lo emocional. Sin embargo, esto no debe llevar a concluir, según una postura realista, que nuestro conocimiento científico de la realidad no captura elementos que no dependen de nada de eso. Lo único que el realista pierde (que francamente no es mucho) es la Sublime Verdad Atemporal Única Revelada. Sin embargo, podemos seguir hablando de verdades particulares que la ciencia permite conocer, de partes teóricas adecuadas, de una realidad independiente de nosotros, de progreso científico y de racionalidad. Lo que pasa es que todo eso hay que sofisticarlo, complejizarlo y llenarlo de contenido.

No intento defender con argumentos en este foro lo que vino a decirnos el señor Cordero. Esto es más bien un ejercicio periodístico y mnemotécnico. El asunto es que mis sensibilidades relativistas se ven cada vez más amenazadas por mis lecturas del realismo. En esto hay tres asuntos que se tienen que seguir pensando. El primero es que veo (no del todo, pero cada vez más) la arremetida contra la función de verdad de la ciencia como una finta que caricaturiza de un modo lamentable la inmensa dependencia que tienen los modelos teóricos de los datos que nos llegan de «allá afuera». El segundo es que estoy empezando a dudar de la idea de que el significado lingüístico está enteramente estructurado de acuerdo a prácticas sociales. El tercero es que me generan sospechas las sobrevaloraciones que a menudo se hacen sobre la función de la imaginación y la creatividad en ciencias naturales. Claro que necesitamos gente creativa e imaginativa ahí, pero en muchos casos sin datos que provengan de la realidad no nos queda más que darle la espalda a lo-aún-no-imaginado. Nuestros esquemas de categorías solo se pueden ampliar significativamente cuando logramos chocar contra el mundo. Todos nuestros intentos de «imaginar nuevos mundos» modifican irrisoriamente nuestros conceptos en comparación con lo que pasa cuando «logramos hacer hablar al mundo».

La pasada fue una semana estimulante llena de descubrimientos.

Ray Brassier es uno de los homo sapiens que estoy leyendo en este momento. No puedo decir para qué, porque se supone que es clasificado, pero sí estoy autorizado para compartir citas con los lectores de este, su blog, para que se entretengan un poco y salgan de sus rutinas alienantes. La cita que traduzco a continuación es parte de una entrevista que le hicieron a Brassier en 2011 para Kronos, la autoproclamada revista filosófica más grande de Polonia.

La emergencia de la ciencia natural matematizada alrededor del siglo XVI marca el punto en el cual esta manera [premoderna, monoteísta] de darnos sentido a nosotros mismos y a nuestro mundo comienza a desanudarse. No colapsa toda de una vez, pero comienza a perder su legitimidad teórica oficial en el discurso de la teología una vez que la nueva ciencia comienza socavar los fundamentos teóricos de esta última. En el transcurso de unos pocos siglos, la asunción por mucho tiempo aceptada de que todo existe por una razón, de que las cosas tienen intrínsecamente un propósito y de que han sido diseñadas de acuerdo con un plan divino, es desmantelada lenta pero sistemáticamente primero en física, después en química y eventualmente en biología, donde se mantuvo por mayor tiempo. La curvatura del espacio-tiempo, la tabla periódica, la selección natural: ninguna de estas son inteligibles en términos de narrativas. Las galaxias, las moléculas y los organismos no son para nada. Por más que tratemos, se hace cada vez más difícil construir una narrativa racional plausible acerca del mundo que satisfaga nuestra necesidad psicológica de historias que tienen comienzo, nudo y desenlace. Por supuesto, ‘nihilismo’ en su sentido más amplio, comprendido como un dilema en el cual la vida humana y la existencia están más generalmente condenadas como ‘sin sentido’ (i.e. ‘sin propósito’), ciertamente antecede el desarrollo de la ciencia moderna (piénsese en el Eclesiastés). Pero la emergencia de la ciencia moderna le otorga a esto un sentido cognitivo del que antes no gozaba, puesto que el nihilismo premoderno fue una consecuencia de una incapacidad de entendimiento —»no podemos entender a Dios, por lo tanto no hay un significado para criaturas limitadas de entendimiento como nosotros»—, mientras que el nihilismo moderno construye a partir del éxito precedente —»entendemos la naturaleza mejor de lo que lo hacíamos, pero este entendimiento no requiere ya el postulado de un significado subyacente».

Acá podemos observar tres asteroides de nombres Gaspara, Deimos y Phobos.

Quietismo

Me llamó mucho la atención la descripción que hace Robert Stern del quietismo en filosofía en esta entrevista que le hace Richard Marshall (traduzco):

Aunque el problema es complejo, el quietismo puede quizá ser pensado como una combinación de dos puntos de vista: (a) la afirmación que los problemas filosóficos pueden ser disueltos en lugar de ser respondidos directamente si se muestra que el marco que da lugar al problema es en sí mismo cuestionable o mal entendido; y (b) la afirmación que la manera de hacer esto no es haciendo más filosofía, en el sentido de ponerse a comprometerse con más metafísica u ontología, sino retornando a nuestras prácticas lingüísticas o al sentido común o a nuestra ‘forma de vida’. Ahora, mientras creo que la estrategia dialéctica de Hegel significa que está cercano a la afirmación (a), estoy menos seguro de su compromiso con (b). Esto es porque, según pienso, Hegel mantuvo que no podemos esquivar los compromisos metafísicos, pues estos se encuentran de manera implícita en nuestro lenguaje y en nuestras maneras cotidianas de pensar, así que no hay (por decirlo así) escape de la filosofía acá —en lugar de esto, debemos más bien tratar de hacer filosofía mejor, en una manera que nos permita ir más allá de los problemas que necesitamos disolver.

Esta ablación que le propone Stern al quietismo filosófico tiene dos problemas obvios: los quietistas lo acusarían de no ser realmente uno de los suyos al permitirse asumir compromisos con tesis filosóficas cuyo íntegro rechazo es la causa misma del quietismo; mientras tanto, los teóricos lo acusarían de desinterés al no considerar que sus compromisos metafísicos sean respuestas a problemas sustantivos que provienen de nuestras ansiedades más profundas de comprensión del mundo y de nosotros mismos. En el razonamiento de Stern, una respuesta a ambas críticas consistiría en afirmar que no es posible escapar a los compromisos metafísicos. Ni siquiera siendo un quietista radical. El rechazo de la metafísica implica él mismo una postura metafísica, a saber, aquella según la cual en nuestro sentido común o en nuestras prácticas cotidianas, sin más, sin postulación de entidades, está ya toda la comprensión del mundo y de nosotros mismos que podemos empeñarnos en alcanzar.

El atractivo de este punto de vista se aprecia al escudriñar el origen de nuestra visión de sentido común o de los compromisos que asumimos en nuestras prácticas cotidianas. Sin ir muy lejos, es probable que este origen esté en la dimensión formada por los conocimientos de las ciencias naturales que incorporamos de forma incremental en nuestras vidas a través de puentes como las ingenierías, la medicina, las conversaciones con nuestros amigos que estudian ciencias o los medios divulgativos a los que accedemos. La razón por la que no podemos escapar a un compromiso con tesis acerca de la naturaleza de la realidad, de la mente o del origen de nuestros valores morales es que estas están incorporadas de forma implícita en nuestra vida cotidiana, en lo que decimos y hacemos, en las herramientas de las que nos valemos y en todas las cosas que parece que sabemos (por ejemplo, varias verdades taxonómicas, geológicas y astrofísicas se nos imprimen viendo documentales en televisión).

Lo sepamos o no, mientras vivamos no podemos estarnos filosóficamente quietos: nos la pasamos filosofando.

¿Conocimiento o certeza?

«Knowledge or Certainty» (Conocimiento o certeza) es el título del undécimo capítulo de «The Ascent of Man» (El ascenso del hombre), una serie británica de divulgación científica presentada por Jacob Bronowski. El capítulo compendia en unos 50 minutos reflexiones sobre la relación entre la ciencia y nosotros o, más bien, sobre nuestro uso de los contenidos de la ciencia. Todo gira alrededor de del rol que jugó la física en la producción de la bomba atómica y la responsabilidad que le cabe a la ciencia (¿qué es «la» ciencia?) en los horrores de la II Guerra Mundial. El capítulo comienza hablando de la incapacidad de los instrumentos de medición para describir (no ya explicar) un objeto de manera exacta. Se trata de un rostro. Su nombre es Stefan Borgrajewicz, polaco. Si una ciega lo palpa, tenemos una descripción; si un artista lo pinta, tenemos otra; si extraemos información de un radar, tenemos otra y otra si vemos la imagen de una cámara infrarroja.

Jacob Bronowski.

La idea que trata de presentar Bronowski con esto es que, aunque existe la ambición de representar exactamente el mundo material haciendo uso de las ciencias, debemos abandonar esta ambición si queremos evitar los usos de la ciencia para el patrocinio del horror. El lema de la reflexión se puede generalizar diciendo que aunque tenemos la ambición de alcanzar un mayor bienestar a través de un modo de razonamiento científico, debemos abandonar esta ambición si no queremos convertir la ciencia en patrocinadora del oscurantismo irracional. La clave está en qué quiere decir «ciencia» y «modo de pensamiento científico». La ambición industrialista y el optimismo mandarín son cercanos a estos términos. Estas fuerzas han tenido el poder de convertir la ambición científica y en general toda práctica humana en instrumentos suyos para alcanzar un mayor progreso, sin importar qué haya que hacer para lograrlo. Este es el interés principal de Bronowski hacia el final del capítulo: presentarnos el horror nazi y el uso de la bomba atómica como actos patrocinados, no por la ciencia, sino por una lectura perversa del verdadero significado de la ciencia y de lo que debe considerarse como su uso correcto.

¿Conocimiento o certeza? Si la ambición de hacer descripciones exactas, perfectas de la realidad no puede ser satisfecha por la ciencia y si esto corresponde a una lectura perversa del verdadero significado de la ciencia, entonces la certeza científica es imposible. Pero de todas formas podemos decir que tenemos conocimiento. Lo que pasa es que la lectura que propone Bronowski del significado de la ciencia trata de derribar la intuición de que para que algo sea conocido debe ser conocido con certeza absoluta. A la certeza se opone el conocimiento, pues su idea es que en la naturaleza del conocimiento científico está su imperfección y su cercanía con lo aún no conocido. No es la ciencia, sino su aceptación acrítica y su separación del ámbito de la ética lo que patrocina el horror. Como divulgador, Bronowski hizo la tarea motivando a los futuros divulgadores, Sagan y Asimov a la cabeza, a poner en contexto el conocimiento científico, a relacionarlo con las urgencias sociales y con los desafíos éticos que enfrentamos cotidianamente.

La retórica del final del capítulo nos invita a considerar la contradicción de una ciencia meramente instrumental, una ciencia que acapara toda la racionalidad de la que somos capaces, con independencia de qué fin estemos persiguiendo con los avances que ella posibilita. La contradicción es que esta racionalidad antiséptica se convierte en irracional. Nos convierte en fantasmas o bien torturados o bien verdugos. (Silencio para la reflexión). Serie de fotografías de prisioneros de guerra. Abajo número, apellido y nombre. Parado en el antiguo campo de concentración de Aschwitz, dice Bronowski:

Se dice que la ciencia deshumanizará a la gente y la convertirá en números. Esto es falso, trágicamente falso. Miren por ustedes mismos. Este es el campo de concentración y crematorio de Aschwitz. Acá es donde la gente fue convertida en números. En este estanque se vertieron las cenizas de unos cuatro millones de personas. Y no fue hecho por el gas. Fue hecho por la arrogancia, fue hecho por el dogma, fue hecho por la ignorancia. Cuando la gente cree que posee conocimiento absoluto, sin examinarlo en la realidad, así es como se comporta. Esto es lo que la humanidad hace cuando aspira a tener el conocimiento de los dioses.

La ciencia es una forma muy humana de conocimiento. Siempre estamos en los umbrales de lo conocido; siempre vamos a tientas hacia nuestra esperanza. Cada juicio en la ciencia está en el borde del error y es personal. La ciencia es un tributo a lo que podemos saber aunque seamos falibles. A fin de cuentas, están las palabras de Oliver Cromwell: «Les suplico, por las entrañas de Cristo, considerar que están equivocados».

La última foto, de Stefan Borgrajewicz, se disuelve en la foto de un número, un apellido y un nombre: 125558, Bor-Grajewicz, Stefan. Es una versión joven de quien se buscó describir al comienzo del capítulo. La ciega del comienzo del capítulo tenía razón: su rostro no es feliz.

(Esto es lo mejor del capítulo que la BBC nos deja ver)

Una vista superior de una prueba de una bomba atómica.

Sobre una discusión

Ayer en Twitter hubo una pequeña discusión llena de sugerencias interesantes sobre varios temas. Desde mi orilla esa red social, los protagonistas fueron Mario Roberto y Juana. La raíz de la discusión fue un asunto relacionado con un programa de la farándula nacional que no vale la pena que mencione en el que se hablaba de un tema relacionado con la religión. Sea cual sea el origen de la discusión, las afirmaciones y respuestas se movieron en varios niveles relacionados con la ciencia y la religión. Que si Dios existe o que si no, que si negar su existencia es irrespetuoso o no, que si las verdades de la ciencia dejan intocada a la religión o no, que si la verdad de la ciencia está en el mismo nivel de las pretendidas verdades de la religión o no, entre otras muchos asuntos distintos pero relacionados. Mi comentario va en una vía que espero que no se tome como una nueva posición con respecto a ese debate en particular, sino en una que tiene que ver en general con esos asuntos, pero que no toma posición directamente en el debate.

El comentario es el siguiente: creo que sería muy bueno que se tomara más en consideración la función que juegan las afirmaciones en nuestra concepción del mundo que nos rodea. Porque, en primer lugar, el mundo no solamente está poblado de fenómenos naturales como piedras y hadrones, sino también por fenómenos políticos como lo último que hizo el Presidente, artísticos como el poema que Rilke dedica a su propia muerte y fenómenos para los que apenas tenemos nombre como lo que pasó en la masacre de Segovia, Antioquia; y porque, en segundo lugar, el negocio del lenguaje no es solamente una compraventa de afirmaciones, sino también de preguntas, de órdenes, de chistes, de expresiones de sentimientos, etc.; y porque, en tercer lugar, de todas formas en la sección de afirmaciones del negocio del lenguaje no solamente se venden y se compran afirmaciones cuyo objetivo sea mirar a ver si son verdaderas o no.

Los dos primeros puntos creo que son más o menos claros. El tercer punto merece un comentario adicional con relación a la discusión que mencioné al comienzo: a veces, muchas veces, incluso la mayoría de las veces, una afirmación no tiene el objetivo de escrutar el mundo para ver si es verdad o no, objetivo en el que la «comprobación empírica», o la experimentación científica, juega un rol central. A veces el objetivo de una afirmación es conmover, motivar, poner a pensar, hacer retractar, buscar plata, expresar amor, criticar y —para no usar ningún cliché— muchas otras cosas más. Advertir esto creo que es relevante a la hora de hacer un debate del rol que juegan en la sociedad la ciencia y la religión, porque por lo menos a mí me hace sospechar si lo importante en el debate es quién tiene la razón en el sentido de quién dice la verdad en el sentido de quién hace afirmaciones que son correctas porque dicen cómo es realmente el mundo de las piedras y los hadrones. Depronto en esa discusión la verdad de la ciencia no es importante. Depronto ahí el asunto no es si existe o no existe Dios o si Jesús fue o no producto de un embarazo por obra y gracia del Espíritu Santo. Depronto ahí más bien uno se interese más por cuáles son las esperanzas, las ilusiones, los problemas y los objetivos prácticos de las personas, las instituciones y las sociedades.

(Un comentario sobre el formato de la discusión de la que hablé al principio: en Twitter es muy jodido hacer un debate, porque usualmente uno se gasta muchísimo más espacio expresando lo que tiene para decir. Como las cosas a menudo son muy complejas y cada posición sobre cualquier cosa tiene que hacer bastantes matices siempre, es muy difícil que fuera de la órbita del fundamentalismo se pueda expresar una opinión sobre cualquier cosa en la camisa de fuerza de los 140 caracteres de Twitter. El formato es muy bueno porque obliga a la concisión, pero lo conciso tiene también defectos: puede redundar en ese tipo de superficialidad tan propicio para los malentendidos)

Una escultura del Museo Field de Historia Natural de Chicago que representa lo que la ciencia «es».