«El que baje ese plátano de allá»

Muy a las 7, esta mañana estaba montado en mi bicicleta para ir a dar una vuelta recreativo-deportiva. Recorrí junto a un amigo una de las rutas más corrientes en Pereira, hacia el corregimiento de La Florida, donde se siembra más que todo cebolla larga y cilantro, y donde hay un montón de galpones. Entre unos y otros proyectos agroindustriales, la gallinaza fertilizante y  la sangre caliente de los pollos, se crían un montón de mosquitos que pasan del mero fastidiar al visitante ocasional como yo a la seria queja de los dueños de restaurantes y a los residentes.

A La Florida hay que subir, claro está, y la vuelta al Pereira urbano es lo que llamaré acá ‘la bajada’. En la bajada, paramos a saludar a alguien y me comencé a fijar en dos trabajadores que se dedicaban a construir unas huellas de cemento para facilitar el acceso de los carros a un nuevo negocio turístico tipo picnic. Uno de los trabajadores, cansado, en un movimiento ya cliché en la historia laboral de El Mundo, paró de hacer lo que quiera que estuviera haciendo con el cemento, levantó la cabeza, se quitó la gorra y con el lomo de la misma mano que sostenía la gorra barrió el sudor de la frente. Comenzó a mirar para arriba.

La Bananera se llama ese sector de la bajada, que está configurado por una sierrita a mano izquierda, unos potreros más para acá, la carretera pavimentada para ciclistas y carros, que es donde estoy yo, a mano ya derecha el citado sector donde se ubican fincas y negocios, el río Otún que baja hacia Pereira y finalmente otra sierrita, la de la derecha. Como quien dice, hablo desde ese vallecito chiquito del Otún, mirando al trabajador mirar para arriba. El trabajador miraba hacia esa empinada sierrita de mano izquierda, donde hay unos platanales. En ese sector de la montaña, que sirve de soporte a otro corregimiento llamado La Bella, mirando para arriba, uno puede ver unos sembradíos mixtos de plátano y café, sin un orden muy distinguible a simple vista. Así, refiriéndose a esos platanales como ‘ese plátano’, el trabajador, después de secarse el sudor, como quien no conoce o como quien habla en su rapto contemplativo, va diciendo dizque: «El que baje ese plátano de allá se gana mi respeto». Ese descanso también rindió para la empatía.

Los racimos de plátano son una cosa muy pesada. Cabe explicar que, por lo empinado de la sierra aquella, el que baje ese plátano de allá tiene que bajarlo al hombro, haciendo fuerza para no rodarse, y luego también terminarlo de bajar a Pereira en carro para venderlo. Como es costumbre, no hay moraleja en la historia.

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