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Esta mañana hizo mucho frío. Escuché la obra «El desamor» de La Sonora Dinamita, que es tremendo tema. Desayuné un balde entero de avena con tres huevos fritos. Como llovió, tuve que irme en particular al Instituto de Investigaciones. Discutimos en el salón de epistemología el concepto de conocimiento de acuerdo al modelo de análisis de conceptos absolutos como «plano» y «vacío», que no se aplican en grados. Luego Terence Irwin habló sobre la felicidad y lo bueno en Aristóteles. Comimos con Santiago, David, Álvaro, Diego, Diana y dos personas, un muchacho y una muchacha, que no me acuerdo cómo se llaman. El menú era: lentejas, ensalada de pepino, lechuga y tomate, espaguetis malucos, guisado de milanesa de pollo y tortillas de maíz. Jugamos a que los colombianos les explicábamos a los no-colombianos en qué consiste el conflicto armado en nuestro país y cuáles son los acuerdos a los que se llegaron en La Habana. Luego cada uno se fue para su casa. De camino, llamó Alejandra a decir que todo va a estar bien. Llovía. No pude ir por pan y quesito para acompañar un chocolate caliente que tenía ganas de hacer. A veces no se puede. Decidí olvidarme de ese proyecto. Al llegar a la casa, vi el anuncio del Acuerdo Final en La Habana y comí chocokrispis con sánduche. Ojalá que de verdad se haya acabado la guerra.

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